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Con la mirada en la cima

  • Foto del escritor: mislatidosencadate
    mislatidosencadate
  • 23 oct 2022
  • 4 Min. de lectura

No son agradables las despedidas, pero son hermosos los atardeceres, seguramente porque semejan puertas y ventanas abiertas, y porque saben a Esperanza.

El nuevo día entregó, como siempre, un paquete a cada mortal. Ella lo abrió y Sorpresa le saltó a los ojos cual felina hambrienta. A esta amenaza se sumó Desesperación para aportar inquietud y preocupación a la mujer.

Dios, que vio en ella el grano de mostaza, recogió las preposiciones que complicaban su estado, entonces le quedó quietud y ocupación. Esta última herramienta la llevó a buscar ayuda en personas alejadas ideológicamente; pero empáticas, humanas, solidarias, sensibles. Con ellas logró alejar a Sorpresa, quien no había sido bienvenida, y logró expulsar a Desesperación.

En el paquete también venía una tarea. Ésta consistía en viajar a una ciudad donde debería buscar una asistente para la Rana longeva, la cual sólo puede saltar con su cabeza.

Dispuesta a cumplir con la misión, la mujer se preparó. Se vistió clásica pero elegante, con un pantalón blanco, una remera donde también estaba presente ese color, además del marrón y gris. En cuanto al calzado, eligió unos mocasines que remarcaban la distinción.

Así llegó al centro de la pequeña urbe. Realizó la entrevista al aire libre, frente a una plaza, cerca de la Iglesia y del Banco de la Provincia. Ambas se miraron y se observaron con disimulo. Los ojos de la entrevistada se detuvieron, como al pasar, en los zapatos de la entrevistadora y en el barbijo blanco; los de ella, en los tatuajes, piercing y boca descu-bierta de la otra. A simple vista, pertenecían a mundos y a edades muy dispares. Sin embargo, las dos protegían una Llama que buscaban fortalecer.

Terminado el diálogo, se despidieron con el propósito de reencontrarse en el sitio de la Rana. Esa joven podría asistirla.

Al regreso, en el camino de la mujer, en zona de chacras, empresas, fábricas abandonadas, apareció Tentación. No fue una manzana sino otra fruta la causante de que, para poseerla, dejara el auto en la banquina y atravesara la ruta caminando. Por esa fruta bajó la guardia contra su rival de pulseada desde hace más de seiscientos días, por esa fruta llegó a un chacarero y por él, a otra posible asistente.

Llegar hasta esa joven en cuestión implicaba transitar por lugares desolados, riesgosos. No obstante, fue, sin dudarlo y sin tomar dimensión de su apariencia, fundamentalmente por su vestimenta tan inadecuada para la ocasión. Se dirigió hasta el lugar indicado, caminando con sus mocasines de cuero, con su pantalón blanco por una calle de piedras, a la vera de la conocida y peligrosa ruta.

En el lugar la esperaba nuevamente Sorpresa. A su lado se puso Incertidumbre y Temor. La posible asistente, joven de mirada dulce, amigable, también tatuada, parecía un personaje sacado de una novela infantil y puesto en una novela de misterio, terror o policial negro. Ese rostro apareció mágicamente luego de que la mujer de pantalón blanco se paralizase, unos segundos que fueron eternos, a causa de una jauría cuyas fauces y cuyos ladridos le pintaron el paisaje y la ubicaron con precisión en tiempo y espacio. Un viejo y considerable portón de alambre tejido separaba a la persona de las fieras. La mujer midió la resistencia de la defensa a la vez que registró la extensión y las características del lugar. Todo gris, vastedad, construcciones derruidas, un colectivo abandonado como un enorme monumento a la decadencia social…Y un cuerpo delgado con rostro femenino cuya boca estaba cubierta por un barbijo negro:


-¡NO ABRAS, hablemos así! - exclamó la mujer. El tono era una mezcla de orden y desesperación- Le tengo miedo a los perros-aclaró.


La joven obedeció, o comprendió.

Quien se encontraba entre el portón, una calle de tierra y la ruta nacional, vio que las bolitas marrones de la otra cara refulgían y despedían chispas cálidas, agradables, que se fueron depositando en la otra mirada. Eso la tranquilizó y la focalizó en el objetivo por el cual estaba ahí. Entonces se comunicaron. Fue ahí cuando sintió que Empatía estaba presente.

Esa persona también podría asistir a la Rana así que le hizo la misma propuesta que a la anterior y se despidió.

De regreso al auto, caminando entre piedras con sus delicados y urbanos mocasines, se encontró con un hombre que circulaba en dirección contraria a la suya en una vieja moto. Tuvo temor nuevamente. Sólo estaban ellos en ese sector; a unos metros, el intenso tráfico de automóviles en la ruta 22. Optó por esa banquina para continuar hasta su vehículo. Esa elección más todo el recorrido anterior instala-ron una escenografía compleja en su Mente: tenía un solo trabajo para ofrecer y las dos jóvenes, una de veinticuatro y otra de treinta y tres, seguramente lo merecían.

Ambas caminaban por la cornisa. Aunque la mujer, al conocer el espacio físico actual de la mayor, consideraba que corría más peligro. A su pareja la habían mandado como seguridad a esa fábrica cerrada, y la joven, exempleada de comercio, con estudios terciarios avanzados, desocupada, habitaba con él una vivienda pequeña, cuadrada, que parecía un calabozo en el interior de una manzana que, aunque vallada, era un lugar propicio para que entraran o se refugiaran delincuentes.

¡Qué responsabilidad! ¡Cuánto peso en la selección! Imágenes e ideas formaban olas en su Mente. Así ingresó a su auto y emprendió el regreso. En el interior, el silencio escribía:


Andar, observar, ver. Ver lugares, diferentes seres, objetos, rostros humanos, miradas. Escuchar…

Ver y escuchar para no prejuzgar, para no destruir.


Qué temple da tener la Fe de un grano de mostaza al abrir cada paquete.


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